Cuento - Margarita

 Margarita

Todos en mi pequeña ciudad sabían lo que había ocurrido. Esas miradas de decepción y tristeza que recibía de personas que casi no conocía me parecían algo tan falso. Los murmullos de las personas cada vez que entraban a algún lugar me sacaban de quicio, porque yo ya sabía de qué estaban hablando. Algunas veces podía escuchar comentarios como, “Ahí va Natalia, la hija de Gustavo él que se suicidó” o “a mí me dijeron que fue él quién robó un banco y como no podía soportar a que la policía los descubriera se mató” o “para mí que se metió con gente peligrosa” e innumerables comentarios, que con el tiempo fue mejor olvidar.

La muerte de mi papá había ocurrido hacía un par de meses, pero todavía la gente seguía hablando del mismo tema y eso todavía me afectaba. Aunque no me sorprendía ver sus expresiones de lástima y sus miradas como si comprendieran la situación. Pero no lo sabían, no sabían cómo es perder a alguien la cual esa mañana lo viste tomar café en su taza favorita, mientras mira en la televisión el resumen de los partidos de la semana. Luego, verlo salir de la puerta a un festival pensando que lo volvería a ver para la hora de la cena y que me contaría con mucho entusiasmo cómo fue su día, quienes estaban, que comida había, o cuáles de los objetos exhibidos le llamó más la atención. Pero todo eso no ocurrió.

Era jueves por la mañana, estaba bajando las escaleras y me dirigí hacía la cocina. Allí se encontraba mi mamá, había preparado unos cafés y comprado unas medialunas. Cuando me siento, comienza a sonar el celular y atiende ella, su tono de voz no era alegre. Era el señor Rodríguez, un conocido de mi papá que se encarga de organizar los eventos de las subastas, había llamado para avisarle a mi madre que en su oficina habían quedado unas cajas que le pertenecían a mi padre y necesitaban que algún familiar para que las retirara. Yo sabía que mi mamá todavía no estaba en condiciones para afrontar esa situación, porque le traería recuerdo de cuando ella acompañaba a mi papá a este tipo de festivales. Por eso, yo me encargue de la situación y acorde con este señor de encontrarnos en una cafetería.

A la semana me encontraba viajando en el colectivo, fijándome el recorrido en mi celular, para no pasarme de parada. Pero sin muchas complicaciones pude llegar al lugar. Era una cafetería con diseño antiguo, cuando entré me dirigí a la zona de patio interno que tenía el lugar. Había unas pocas personas charlando, trabajando en sus computadoras o charlando mientras tomando sus cafés, comiendo alguna torta o facturas caseras. Las paredes del lugar estaban pintadas con un azul clarito que acompañaba unas puertas de estilo colonial de color marrón oscuro y el piso parecía ser un tablero de ajedrez con sus cuadrados blancos y negros. 

Entre las personas busco al compañero de mi papá que recuerdo haberlo visto por última vez cuando yo tenía aproximadamente unos siete años, era chica la verdad no recuerdo bien el rostro de este hombre. Veo las caras de las personas que se encontraban allí tratando de encontrar algo que me recuerde al señor, pero no lo consigo, comienzo a pensar si me habré bajado mal del colectivo o si me confundí de cafetería. Pero cuando estaba por salir del patio, escuchó una voz grave que decía mi nombre. Por un momento pensé que estaban llamando a otra persona porque mi nombre es bastante conocido pero el hombre me miraba a mí, era un señor no muy alto estaba vestido con unos zapatos marrones, unos jeans azul oscuro y una camisa celeste clarito que acompañaban al saco de traje beige. Era efectivamente el señor Rodríguez, me acerco y me disculpo por no haberlo reconocido. Él me saluda de forma amigable y nos sentamos en esa pequeña mesa en la mitad del salón. 

Ya había pasado una hora y justo estábamos por pedir la cuenta cuando el señor Rodríguez saca el tema que tanto estaba evitando hablar, la muerte de mi padre. 

Él me dice:

  • Lamento muchísimo el fallecimiento de tu padre, la verdad que al enterarme quedé conmocionado. No podía entender cómo pudo ocurrir eso, todavía sigo sin entenderlo. Disculpame por no haber llamado antes, sinceramente quería hacerlo, pero no sabía que decir, no podía encontrar las palabras adecuadas. - Me dice, con una voz quebrada y con culpa.

A lo que le respondo: - Sí, la verdad fue una sorpresa para todos. Más por el hecho de que días anteriores o incluso en esa mañana con mamá no notamos nada extraño, nada fuera de lo usual.

 - Si es triste todo esto. - Me dice interrumpiendo. 

– Además, lo raro de todo fue encontrar en la mesa del comedor una bolsa llena de billetes y un pequeño papel con el dibujo de un diminuto zorro. Hasta el día de hoy, no sabemos de quién es ese dinero, de donde salieron, si mi papá estaba metido en algo peligroso o qué es lo que realmente ocurrió. - Al terminar, me doy cuenta de lo que dije, no le había contado a nadie.

Al levantar la mirada, veo que la cara de Rodríguez pasó de una mirada triste a una alarmado y su cara se volvió completamente blanca. Pensé que le había bajado la presión y se estaba por desmayar pero antes de que pueda reaccionar me dice:

-Discúlpame Natalia, pero me tengo que ir. Toma acá están las cajas que te traje, tene cuidado que tiene objetos frágiles. Un gusto volver a verte. Espero que sigas bien. - Bastante rápido y casi chocando con la mesera salió de la cafetería.

No lo podía entender, ¿Qué había pasado para que se vaya de esa forma tan abrupta?, ¿Habré dicho algo fuera de lugar? o ¿Se habrá molestado por algo que yo dije? Todo el camino hacia casa, repasando ese encuentro por mi cabeza, formulando un montón de preguntas que no tenían respuestas.

Había llegado a la esquina y estaba esperando a que el semáforo cambie de color. Cuando comienzo a escuchar una canción que provenía del auto estacionado a pocos metros de donde me encontraba. En un primer momento si bien la melodía me resultaba familiar no lograba descubrir cuál era la canción. Luego de seguir escuchándola la reconocí e inmediatamente mi mente se transportó a los viajes que hacíamos con mi familia en el auto. Recuerdo a mi papá poner la canción “La margarita dijo no” de Alejandro Sanz en la radio, que era una de sus canciones favoritas, mientras se escuchaba a lo lejos el ruido de los autos al pasar a nuestro lado por la ruta. Todo esto mientras veía por la ventana los diferentes campos y buscaba en las nubes de cielo diferentes figuras. Sin saber porque, también recuerdo una conversación que tuvieron mis padres en el auto. Hablaban sobre alguien que conoció mi papá que organizaba subastas, que lo llamaban el zorro. Este nombre se debía porque su padre tenía una fábrica que producía trajes hechos a la medida, en donde su marca distintiva era el diseño de un pequeño zorro en la manga de la camisa.

Y fue en ese momento, escuchando la música de fondo cuando todo tuvo sentido. En la cafetería, cuando estaba reunida con el señor Rodríguez le vi en su camisa el diseño del zorro en la maga, en ese momento no le di importancia, pero ahora puede reconocer que la forma del animal era idéntica al que estaba dibujado en el papel de la bolsa con el dinero. Ahora todo tenía sentido, el motivo de la reacción del señor. 

Decido llamar al número de Rodríguez que me dio mi mamá. Llama el celular, pero salta el contestador, intento nuevamente pero ocurre lo mismo que antes, intentó por última vez y contesta.

  • Hola Natalia, disculpa que me haya ido tan apurado, surgió una emergencia… - Lo interrumpo antes de que pueda terminar de hablar.

  • Se que fuiste vos. – Le digo furiosa – No puedo creer que hayas tenido la valentía de presentarse en mi cara después de lo que le ocurrió a mi papá. Te ordeno que me cuentes lo que sucedió o te denunciaré a la policía.

  • ¡No! No se tiene que involucrar la policía. – hubo unos minutos de silencio y un largo suspiro hasta que al fin se dignó a hablar. – Lo que ocurrió fue que unas semanas antes de la subasta, hice un trato con unos hombres, los iba ayudar con una tarea a cambio de dinero. Bueno, hubo unos inconvenientes de por medio entonces no llegue a concretar lo que me pidieron. Pero yo necesitaba ese dinero, entonces me presente de todas formas. Emm… las cosas se pusieron feas y lo último que recuerdo es salir corriendo del edificio con la bolsa del dinero en la mano. Al llegar a mi casa,  luego de una larga charla con mi esposa decidimos que por el bien de nuestra familia lo mejor iba a ser que nos libráramos de ella. Justo esa tarde iba hacer la subasta, entonces decidimos esconderla entre medio de los autos. Nunca hubiera pensado, que tu padre fue el que agarró la bolsa. Por eso reaccione de esa forma en la cafetería, no podía creer lo que me estabas contando. Pero te juro por mis hijos, que no se cual fue el motivo por la cual tu padre decidió quitarse la vida. Te lo juro. Pero por favor, no llames a la policía.

Antes de que siguiera hablando corté la llamada, necesitaba procesar lo que me había dicho.

Yo seguía caminando, no sé cómo hice para que no me atropellaran. Sus últimas palabras seguían dando vueltas en mi cabeza, “no llames a la policía”, “no llames a la policía”. No quería llamar a la policía, pero sentía el peso en mis hombros que me estaba destruyendo. Me sentía culpable y al mismo tiempo en la obligación de hacer lo correcto. Pensaba en mi papá, que es lo que haría él en esta situación. Por eso considere, con muchas dudas,  en seguir el camino hacía mi casa

En eso veo en la entrada de una casa un cantero que da a la vereda. Estaba descuidado, tenía la tierra seca y las flores marchitas. Pero lo más peculiar, era ver como estaban creciendo unas margaritas en ese lugar inhóspito. Al verla me acordé nuevamente de la canción que escuchábamos en el auto, con mis papás. Pensé que era una señal de él, diciéndome que saque de mis hombros ese peso por medio de esta flor,  como dice el nombre de la canción La margarita dijo no.  Por eso cambié el camino y me dirigí hacia la comisaría.

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